El Cambio
Wayne Dier.
En el Atardecer de la
Vida, por Wayne Dyer
Totalmente desprevenidos
entramos en el atardecer de la vida. Lo peor de todo es que nos adentramos en
él con la falsa presunción de que nuestras verdades e ideales nos servirán a
partir de entonces; pero no podemos vivir el atardecer de la vida con el mismo
programa de la mañana, pues lo que en la mañana era mucho, en el atardecer será
poco, y lo que en la mañana era verdadero en la tarde será falso.
Siempre he pensado que el
auténtico objetivo de la vida es ser feliz, disfrutar de ella, y llegar a un
lugar en que no estés intentando llegar a otro sitio. Muchas personas se pasan
la vida esforzándose para poder llegar a otro lugar. Jamás consiguen llegar.
Una de las formas de entender cómo encontrar un objetivo en la vida es regresar
a la naturaleza y encontrar la tuya propia.
Es el espíritu lo que da
la vida, no proviene realmente de tus padres; todos nosotros provenimos de ese
lugar llamado espíritu. Todos, cuando llegamos al mundo, lo hacemos a partir de
una gota diminuta de protoplasma humano, de una pequeña mota. Todo lo que había
en aquella pequeña mota se convirtió en ti, todo lo que necesitabas estaba en
aquella pequeña mota.
Una de las metáforas que
siempre utilizo es que durante los nueve primeros meses de vida, desde el
momento de la concepción hasta el momento del nacimiento, lo han hecho todo por
ti y no has tenido que hacer nada. No te preocupas de qué color vas a tener el
pelo o qué aspecto tendrá tu cuerpo. Es algo que no depende de ti, te rindes
ante ello. Yo lo llamo impulso hacia el futuro. Es un impulso que te empuja
hacia la dirección en la que se supone que tienes que ir. Y no es que sea
ninguna barbaridad plantearse que si todo lo necesario para el viaje físico ya
está contenido ahí… ¿por qué no todo lo necesario para el resto del viaje?
Todos tus problemas están ahí; todo lo que eres, tu personalidad, está ahí;
todo lo que puedes llegar a ser, no solo lo físico, sino todo el resto, si eres
capaz de abrirte y lo permites.
Finalmente, nacemos y,
como padres, miramos a esa pequeña criatura y solo se te ocurre decir: ¡Buen
trabajo, Dios, buen trabajo, no podía ser mejor... ahora nos ocuparemos
nosotros! Nos rodea un montón de gente, nuestra familia, nuestra cultura… allá
donde vayamos y empiezan a decirnos que no podemos confiar en quienes somos.
Tenemos que confiar en algo exterior a nuestra persona, y hacemos un viaje
hacia la ambición. Desde que nacemos decimos: “ahora nos ocupamos nosotros”, le
estás dando un matiz, estás cogiendo esa perfección y estás expulsando al
Creador, estamos “echando a Dios”.
Y ahí aparece el Ego. El
Ego es una parte nuestra que empieza a decirnos que no somos una creación
divina y perfecta, esa parte de Dios de la cual provenimos. De hecho, nos dice:
“tú solo eres lo que tienes”. Se empieza con cosas como los juguetes, para
pasar a las cuentas corrientes y a las posesiones. En menos que canta un gallo
empezamos a identificarnos en base a esas posesiones.
Empezamos a creer en una
serie de creencias que dicen que cuanto más tenga más valioso seré como
persona. Por lo tanto, nos pasamos la vida cogiendo a los niños y
sumergiéndoles en una cultura que enfatiza ese “más”; casi se convierte en un
mantra de ley. Tienes que poseer más; cuanto más tienes más consciente eres de
que la gente va a intentar arrebatarte las cosas. Y más te obcecas en
protegerlas, y en cómo poder conseguir muchas más. Pero el dilema es que, si
eres lo que tienes y las posesiones desaparecen, lo que eres también desaparece
en el proceso.
La segunda característica
del Ego es que no soy solo lo que tengo, sino que también soy lo que hago. Lo
que hago se convierte en eso que llamamos lógica. Y en este caótico mundo que
cree que se es lo que se hace nos consumimos pensando que la idea del éxito,
del valor y de la valía se basa en cuantas cosas puedas llegar a conseguir. Por
lo tanto, tengo que ganar más dinero, tengo que intentar ascender, tengo que
competir con todo aquel que quiera arrebatármelo. Esto se nos enseña una y otra
vez. A los jóvenes se les enseña, por ejemplo, en la práctica del atletismo. Lo
más importante es ser el número uno, somos los números uno, somos mejores que
el resto, nos vemos constantemente envueltos en esta noción competitiva, de
creer que el mundo está diseñado para la competición. Eso es lo que dice el
Ego.
La tercera característica
es que soy lo que los otros pìensan de mí, es decir, soy mi reputación. Esto es
muy importante entre los jóvenes a quienes se enseña que tienen que vestirse
según el gusto de los otros, y que si no les gustas tienes un problema. Si esto
te tortura serás distinto cada vez que salgas. Esto es bastante destacable
entre las mujeres, sobre todo en relación con la familia. En nuestra cultura y
sociedad a menudo se enseña que las mujeres solo pueden realizarse en sus
relaciones familiares, ya sea como hijas, ya sea como madres, ya sea como
abuelas. Y aunque estos aspectos sean muy importantes y creativos en la vida de
cualquier mujer, si esa es su elección no es necesariamente la única opción.
Muchas mujeres sienten la vocación de lograr algo grande, de poder hacer una
gran contribución, pero, con frecuencia, lo dejan de lado. Así que desde aquí
animo a las mujeres a que no desoigan esa llamada, no desoigáis esa parte que
os dice que estáis aquí para crear algo poderoso, porque no solo tenéis la
capacidad para hacerlo, sino que también tenéis el derecho de hacerlo igual que
el resto.
El Ego tiene un sistema de
creencias muy resistente que dice que la persona está separada del resto y de
todo lo que echó en falta en la vida, todas las cosas que me gustaría tener.
Finalmente el Ego nos enseña el error más mayúsculo de todos, nos enseña que
estamos separados de Dios. Y una de las cosas más simples que se aprenden en el
atardecer de la vida, cuando pasas a la fase del sentido de la vida es darte
cuenta de que provienes de una fuente. Podemos llamarla Dios, Tao, no importa
cómo la llamemos, esa fuente está en todas partes, no hay ningún lugar donde no
esté. Tiene que ser así, porque lo crea todo, todo proviene de esa fuente. Por
lo tanto, si está en todas partes, también está en mí. Y si está en mí está
claro que también tiene que estar en lo que siento que me falta en la vida.
Si entiendes esto de algún
modo ya estás en sintonía, en espíritu, con todo lo que echas en falta en la
vida y te gustaría tener. Solo te queda buscar la manera de formar parte de
ello y ser consciente de que ya estás en sintonía. A medida que nos acercamos
al atardecer de la vida, seguimos las mismas directrices del Ego que aprendimos
en el amanecer de la vida, que se basa en la ambición, en ganar, en ser mejores
que el resto, etc. Intentamos aplicar estas mismas conductas en el atardecer de
la vida, y por eso acabamos viviendo una mentira, porque lo que era verdad por
la mañana, por la tarde es una mentira.
El problema es que no
sabemos cómo pasar a la fase del sentido de la vida. Se trata de regresar a
esos primeros nueve meses, desde el momento de la concepción hasta el momento
del nacimiento. Tenemos que llegar a un lugar donde podamos rendirnos y tener
la certeza de que no estamos solos, de que nos van a guiar, de que tenemos una
naturaleza y de que podemos confiar en ella. No se trata de algo con lo que
siempre tengamos que luchar, de lo que siempre tengamos que estar a cargo.
Pensad en ello de esta forma: déjate llevar por él en vez de intentar
controlarlo todo. Sin embargo, a medida que entramos en la fase del sentido de
la vida lo que sucede es que empezamos a pensar en el cumplimiento de un
dharma, en cumplir un destino, en algo más profundo, un llamamiento que solo
podemos sentir en nuestro interior. Nadie más puede deciros qué es, pero si lo
sentís y lo sabéis, ganar y superar a otra gente se vuelve menos importante que
sentirse realizado y vivir la vida con un objetivo.
Todas las cosas del
universo tienen que ser igual a su origen. Tienes que mirarte y hacerte las
preguntas: ¿de dónde vengo? ¿quién soy? ¿cómo soy? En vez de tomar las
decisiones desde el lugar que estamos realmente, nuestro auténtico ser, las
hacemos desde el Ego, y cuando tomamos una decisión desde el Ego empiezan a
suceder todo tipo de cosas que nos alejan de encontrar el sentido de nuestras
vidas. Lo juzgas todo basándote en cómo te sientes, ¿estás estresado? ¿tienes
miedo? ¿estás enfadado? ¿te sientes bien contigo mismo? ¿sigues un propósito?
¿tu vida tiene algún sentido? Cuando actúas desde la única parte de tu ser que
es auténtica, la felicidad es la respuesta. Tu dharma no es algo que tienes que
encontrar, es algo a lo que siempre has estado conectado, es tu propósito
divino; es más, de hecho, seguirás conectado a ello toda tu vida, pero el Ego
lo ha alejado. Ése es el problema.
Lo que intento decir es
que llegas a un lugar en la vida en que te empieza a guiar algo que es mucho
mayor que tú. Persiste en tus motivaciones y armoniza con el espíritu, con
Dios, con la fuente. Sigue así, si insistes, la fase del sentido de la vida
empieza a ganar importancia, y cuando empiezas a cruzar el atardecer de la vida
es imposible regresar.